Si consideramos la masa de electores podemos considerar que existe una división en ella que concierne a la relación que mantienen con las diversas opciones que tienen para elegir. Hay quienes mantienen una cierta relación de fidelidad a lo largo del tiempo, siendo incluso capaces de mantener su preferencia a través de sucesivos mandatos. Si bien la idea de esta porción del electorado puede tal vez concebirse confusamente por el hecho de que las variaciones existentes en la mimsa oferta electoral hacen que dos electores con comportamiento diverso (y hasta posiblemente opuesto) puedan ser catalogados a éste respecto de fieles. Sin embargo, se simplifica si se opone de entrada a esta porción del electorado otra que de un caracter mucho más migratorio, llegando a repudiar la elección que realizó en el pasado, ya sea sobre un partido o sobre un candidato.
La utilidad de este esquematismo no apunta en la dirección de pronósticos electorales sino, en cambio, a la comprensión de la lógica del modo en que se emprenden determinados debates políticos en la cultura de masas o en el seno de la opinión pública. Así, en la segunda clase de electores, aquellos no-fieles, vemos por el contrario en ocasiones cierta conducta consistente en migrar de una opción hacia una contraria a modo de represalia en cuanto se vió frustrada su expectativa política.
Son los resultados mismos que arrojan las contiendas electorales prueba suficiente de la existencia de tales migraciones, ya que diveros "campos" político-ideológicos se van sucediendo sin que se establezca una supremacía definitiva de uno sobre el otro. Este hecho lleva a pensar cada campo como una fuerza compuesta con un núcleo duro fiel (militantes, por ejemplo) que de por sí es insuficiente para imponerse, necesitando del favor del sector migrante o móvil para imponerse. Si bien existen movimientos en el interior del núcleo de las fuerzas (escisiones, fusiones, conversiones, etc.), su comportamiento es radicalmente diverso del campo migratorio, en el cual la discontinuidad tiene mayor preponderancia que la continuidad. Si se quiere, se puede concebir un continuum que va desde la más inconmovible certeza política (o religiosa, según los casos) hasta el así llamado "apoliticismo" (entendiendo éste no como una conducta que no incide realmente en el juego político sino que, como venimos diciendo, su incidencia es de una manera particular, que intentaremos describir).
Una rasgo entonces del apoliticismo sería el no compremeterse demasiado con una opción política en lo que ésta tiene de relato o de discurso aspirante a ser referente de la verdad. El apolítico, entonces, no cree demasiado, dice, en lo que ofrecen los políticos, y si elige a uno sobre otro no es necesariamente por lo que este ofrece explícitamente. Cabe acá hacer una distinción, pues esta clase engloba especies distintas. Al interior del apoliticismo cabe separar los escépticos, aquellos que además de no defender fervientemente a ninguna de las opciones, realmente no lo hacen, y aquellos que no obstante declararse no partidarios, su conducta puede interpretarse plenamente como tal. Desde el punto de visa considerado acá, sin embargo, esta diferenciación no es fundamental, pues el escéptico (por definición) no puede darse el lujo de mantener una preferencia política en el largo plazo, y deberá variar con cierta periodicidad (por más que no por ello deba compartir realmente los postulados y discursos que conforman la eventual opción que elige), tanto como el apolítico que sólo en apariencia es escéptico pero que en su conducta se revela por vía indirecta su creencia. La apariencia de escepticsmo se da en relación a sólo uno de los componentes de la oferta política, mientras que su preferenia por la opción contraria muestra que la misma es sólo una apariencia.
Ahora bien, cabe hacer un comentario descriptivo acerca del escepticimo aparente. Sus idas y venidas tienen, en estos casos, un llamativo aspecto de respuesta a haberse visto frustrados por sus elecciones pasadas: habiendo votado por x, con una determinada expectativa, el mero paso del tiempo lleva a que ésta se frustre, lo cual lo mueve a hacer cosas como lo que, por ejemplo, en el pasado, se solía llamar "voto castigo": enojado con su elección pasada, se venga de ésta votando a la alternativa contraria, por ejemplo (puede entonces elegir una opción contraria como muchos en 2009, una opción nula como muchos en 2001, etc.). Debemos fundar lo que decimos respecto del "mero paso del tiempo". Es que partimos de un punto de vista diverso del corriente, y en cierto sentido parecido al otro escepticismo. Si bien en general (así los proponen los partidos y sus candidatos, tanto como el núcleo duro de los mismos y también los medios cuya importancia radica en que es en ellos mismos donde en nuestra era se libran más que en otro lugar las contiendas políticas) se cree que la política dara todo lo que dice que dará, la historia demuestra que en las expectativas que la misma genera hay un componente para lo cual esto imposible, es decir, un componente de instatisfacción que solo en ciertos momentos históricos cede frente a la ilusión, para luego retornar a la insatisfacción. Este aspecto resulta ser necesario de seducir en la existencia de todo ciclo, y su frustración no tardará en llegar, tarde o temprano. En esta concepción, a diferencia de la tradicion liberal, no cabe imputar a un sólo sector político el usufructuar de dicho aspecto ilusorio de la política pues es propio de todo ciclo (izquierdas, derechas, populistas, liberales, etc.), al menos en nuestro país. Si se quiere, se puede describir las cosas como si éste fuera el aspecto populista de todo ciclo, ya sea de izquierda o derecha (si bien me parece imprecisa esta formulación). Así, existirá la ilusión y la frustración kirchneristas, tanto como la aliancista, como la menemista, la alfonsinista, etc. (nota: no resulta casual que en la serie precedente todos los periodos se designen con nombres propios, con excepción de uno sólo). Y, como una novia despechada, el escéptico partidario abandonará a líder a quien había preferido en el pasado para elegir después a su adversario, albergando en su conducta una porción de venganza.
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