Un post de finanzas públicas incluyó, entre sus comentarios, un pequeño intercambio de palabras en torno a una pregunta muy curiosa, a saber, qué sería la felicidad.
Claro que no faltan quienes hayan ensayado una respuesta al respecto, entre quienes sin duda se destacan pensadores de la talla de Platón, Aristóteles, Kant. Claro que este post no se va a detener en estos desarrollos, puesto que implicaría pretender desviar de sus preocupaciones habituales a la mayoría. Lo que sí nos pareció establecido (como comentábamos en el referido post) es que la felicidad es algo que prometen los políticos.
Este tema parece importante, pues no es una promesa más. Hay quienes prometen seguridad, quienes prometen escuelas y hospitales, asfaltar las calles, controlar la inmigración, dar trabajo… ¿Cuándo se ha escuchado prometer la felicidad? Bueno, hay quien lo ha escrito. De todas formas, dicho o no, se la promete. Pero, al ver que no figura en la lista de los encuestadores podría sospecharse que no tiene ningún interés para “la gente” o la “ciudadanía”, incluso para “el pueblo”.
Sería un error inferir tal cosa. En realidad, lo que habría que notar es que la felicidad es eso por lo que se pregunta en dichas encuestas, sólo que se la da por supuesta como lo que traería aparejado el ‘don’ de aquello que se pide por parte del gobierno que lo de. En esto no nos distanciamos tanto de Aristóteles en su definición de la felicidad, a decir verdad.
Pero ahora vayamos a lo que nos interesa: no tanto el hecho de que los políticos prometan la felicidad (pues ¿qué más pueden hacer? No tienen otro remedio) sino el de que de la pidan, es decir, se la espera de ellos, de su mandato, de su gestión.
Podría parecer dogmática esta manera de razonar, dando por establecida la cosa de esta manera. Rogamos al lector procure refutarnos en los comentarios, proveería a la exposición una carácter dialéctico. Por otra parte, un simple contacto con los medios masivos de comunicación, en sus emisiones dedicadas ya sea a la política o la economía, o la actualidad, etc., nos muestra cómo ese pedido puede ser –o puede no serlo- acompañado por la editorial del medio. La palabra derecho es la que se usa para estableces esta relación entre la felicidad y la gestión de un gobierno. Satisfacción de un derecho significa que se produce el don. Insatisfacción del mismo es signo de mala gestión. Es como concebir una madre que no da a su hijo lo que necesita, o le pega sin motivo. También, en el polo opuesto, podemos concebir un hijo que no es conformado con nada, caprichoso “mal criado”. Podríamos decir: TN parece un hijo malcriado que siempre ve que todo está mal y no sabe valorar lo que tiene.
No me interesa dar por sentada la última proposición ni ponerla en discusión, es simplemente para hacer ver en qué medida se pueden vincular el discurso familiar con el político.
Comunmente escuchamos decir que la libre competencia capitalista es la mejor reguladora de la economía (sí, lo sé, muchas veces escuchamos que no lo es también). Esto significa que una empresa monopólica gestionada por el estado va a ser de mala calidad, ineficiente, o como se decía mientras caía el muro de Berlín: obsoleta. ¿Porqué la competencia sería la mejor reguladora? Porque la empresa que ofrezca el mejor producto a un precio razonable se impondría a la que lo ofreciera de mala calidad, o a un precio irrazonable. Asimismo, la necesidad de no ser vencida por la competencia, obligaría a la misma a pensar siempre en superarse. Esto conduce a ver una de las grandes limitaciones del sistema político actual. A diferencia de la esfera económica, los partidos no están encaminados a destruir al adversario. Muy al contrario, establecen alianzas, se reparten el terreno, disputan sólo en las elecciones y en vistas a las elecciones (y eso en el caso ideal, supuestamente). ¿Qué pasaría si dos empresas se reparten el terreno, dicen: de esta calle para arriba, son todos tuyos, de esta para abajo, míos? ¿Qué pasaría si lo que fue un monopolío fuera vendido a dos grupos, que convinieran ‘estos clientes son míos, estos tuyos’? ¿Si uno llamara por teléfono a, pongamos, Cablevisión, y le dijera ‘no esa zona es de VCC’? Sería considerada una práctica oligopólica, contraria a la libre competencia. ¿Y quien se asombraría de que dos políticos dijeran ‘vos vas de vice’ o ‘yo vos de senador, vos de gobernador’, etc.? Me dirán, quizas, que la diferencia es que en el segundo caso habría cierta solidaridad, y que la diferencia entonces sería buena, no mala. Pero en economía no se podría admitir esto, serìa como admitir que el cooperativismo serìa mejor que la libre competencia, o que un monopolío serìa bueno, si es concebido con principios y fines solidarios.
Bueno, esto nos desvió, aparentemente, del tema de la felicidad, pero no es así. La economía, en realidad, es un modo particular de concebir la felicidad, es la ciencia de la felicidad colectiva, si queremos dar una definición más precisa (pero aún no del todo). Y en esa ciencia el principio supremo de dicha felicidad es el del interés personal (al menos en una perspectiva ortodoxa). Alguno pensará que de ser definida de tal modo la economía sería una disciplina moral antes que una ciencia… Es cierto que en una ciencia solo importan los hechos y los enunciados que se adecuen a ellos, ya sea en sus aspectos particulares como en las generalizaciones basadas en aquellos; mientras que en las morales importan ciertos presupuestos que escapan a todo método empírico. Pero caemos en la cuenta de que no es raro que los economistas digan, les digan principalmente a los políticos, pero también le sugieran a los inversores y demás actores políticos lo que deben hacer.
Claro, me dirán, eso no basta para dar por sentada la sentencia ‘la economía es una disciplina moral’. Pero hay otro argumento. Sucede que muchas veces se define la economía como la administración de los recursos escasos, o cosas semejantes. Se critica a cuba, pues se dice que allí prolifera la pobreza, se critica a (desde la economía) la economía latinoamericana y del tercer mundo, porque reina la desigualdad… En fin, las críticas lo que hacen es indicar la diferencia entre un estado de cosas real y uno ideal. Y en cuanto a como manejar los recursos, es el equivalente a escala nacional de cómo conducirse en la vida, es decir, la disciplina moral.
Bueno, acepto que me fui un poco de tema, y que parece que me la agarré con la economía (nada de eso sin embargo). Todo esto es un preámbulo para comparar la economía con la política.
En su más vendida Ética, Aristóteles dice que la politica, encargada de delimitar los fines de todas las demás ciencias y artes de la ciudad, es de todas –y por ello mismo- la más elevada. Pero la primera apariencia es que, mientras los economistas sugieren o emiten advertencias sobre los que se debe hacer, es más raro que lo hagan los políticos. De hecho, la economía pareciera la disciplina encargada de dictarle a los políticos lo que deben hacer: con la moneda, con la aduana, con los impuestos, con el endeudamiento, con las publicaciones sobre variables económicas, etc. Pero yo digo que los políticos prometen la felicidad, es decir, en lugar de decir cómo debería alcanzársela, viene y dice “Yo te voy a dar la felicidad. ¿Querés seguridad? Te doy seguridad ¿querés trabajo? Te doy trabajo ¿Querés que en la salita te den leche en polvo? ¿Una casa? ¿Querés honestidad? ¿Un conurbano más decente?”.
Se comprende con facilidad la eterna diferencia entre economicistas y politistas: unos acusan a los otros de desincentivar la iniciativa personal, otros de destruir los vínculos solidarios. Esto es perfectamente comprensible en nuestro esquema. Por otra parte, un país donde la felicidad esté fundamentalmente ligada a los intereses personales y en niveles aceptables, los políticos tendrán un perfil más bajo, seguramente. Ahora bien, vivimos en un mundo subdesarrollado (o sea nosotros, los argentinos). Entonces, primero hay que pensar cómo encausar (retomamos intencionalmente el lexico moralista) en el camino del desarrollo a quienes carecen de iniciativa y capacidades personales. Y más en le fondo, habría que demostrar porqué la felicidad está más esencialmente vinculada a valores individuales antes que comunitarios.
4 comentarios:
Hola Peter de A.
Primera vez que te leo, me gustó mucho la invitación a pensar que hacés con el tema de la felicidad.
Intentando aportar algo más de confusión, uno debiera de oponerse tenazmente a la felicidad, porque nos arrojaría en los dominios de la muerte. Si la felicidad fuera un estado de plinitud alcanzable, significaría la muerte del deseo (por definición, insatisfecho) y con él, del sujeto tal como lo concibe el Psicoanálisis. ¿Podríamos imaginar una historia, sea ésta individual (concepto de por sí muy discutible) o general, ligada a la felicidad ? Tiendo a pensar que lo que "hace historia" suele asomarse por entre los pliegues de la discontinuidad, de lo disruptivo, de aquello que rompe la ilusoria completud de la felicidad. Se trate del Complejo de Edipo, o de una opción transformadora en lo político, social, económico, etc.
En fin, una opinión nomás, como para ir arrimándose al fogón.
aprovecho para enviarte un abrazo
Sujeto
Gracias por tu comentario.
Con respecto a la oposición que proponés para con la felicidad, yo diría que no hace falta, o que no es a la felicidad sino a la idea de que sería alcanzable frente a lo que habría que adoptad tal actitud. Yo lo que veo es que la felicidad vendría a ser (desde este punto de vista) la idea que algunos tienen de lo que quieren (ya sea que dependa de ellos mismos o que lo pidan o exijan), y que como tal no es algo que nunca se tenga, porque nadie ha visto nunca que alguien repose en alguna felicidad (Aristoteles y san Agunstín han mencionado esto). Pero, entonces, la creencia en que tal cosa sería posible es lo que conduce, no se si a la muerte como decís, pero sí quizás al fanatismo. Lo otro que decís me parece más complejo. Como habrás visto al leer mi post, para mí una historia ligada a la felicidad (no se si interpreto fielmente aquello a lo que te refirís ahí) debería verse si es algo que se plantee a las personas clectivamente o particularmente. No sabría decir.
Un abrazo
Sujeto
Gracias por tu comentario.
Con respecto a la oposición que proponés para con la felicidad, yo diría que no hace falta, o que no es a la felicidad sino a la idea de que sería alcanzable frente a lo que habría que adoptad tal actitud. Yo lo que veo es que la felicidad vendría a ser (desde este punto de vista) la idea que algunos tienen de lo que quieren (ya sea que dependa de ellos mismos o que lo pidan o exijan), y que como tal no es algo que nunca se tenga, porque nadie ha visto nunca que alguien repose en alguna felicidad (Aristoteles y san Agunstín han mencionado esto). Pero, entonces, la creencia en que tal cosa sería posible es lo que conduce, no se si a la muerte como decís, pero sí quizás al fanatismo. Lo otro que decís me parece más complejo. Como habrás visto al leer mi post, para mí una historia ligada a la felicidad (no se si interpreto fielmente aquello a lo que te refirís ahí) debería verse si es algo que se plantee a las personas clectivamente o particularmente. No sabría decir.
Un abrazo
Muy buena la nota
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LO MEJOR DE CRISTINA 2010 . LA PELEA CON LA OLIGARQUÍA VACUNA Los gorilas, así como están encolumnados detrás de Magnetto y su monopolio, también apoyan a la Sociedad Rural y sus políticas antipopulares. Hagamos un repaso por la postura de algunos de ellos:
- CARRIO: aprovechó la volteada para poner sus afiches en los campos de empresarios amigos. Ahora ellos están recontentos con "la loca": las aves la confundieron con un espantapájaros. Así que no sólo ni tocaron lo sembrado sino que hasta devolvieron lo que se habían llevado el año pasado.
- MACRI: la única experiencia rural la tuvo cuando su padre le obsequió unos campos para que los maneje ... y los chocó. Entre lo que hizo con aquella chacra y lo que está haciendo ahora en la ciudad, llegué a la conclusión que su vocación ideal sería ponerse un criadero de gallinas. Lo digo por una cuestión de identificación pues son muy parecidos. Ambos son más útiles cuando están echados que cuando caminan.
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