domingo, 26 de diciembre de 2010

Incertidumbre en la escena político-economica

La incertidumbre es, sin duda, uno de los hechos básicos del campo de la política y su tratamiento por medios de comunicación. Se trata de una circunstancia que comparten en su praxis tanto políticos como periodistas, así como aquellos economistas que participan del campo, ya sea como funcionarios o como analistas. Es curioso que, en este contexto, el “estar informado” sea como una especie no de ideal o meta sino, antes bien, de obligación. Al emitir los titulares las radios agregan enunciados tales como “toda la información al instante” o “lo que hay que saber” o cosas semejantes. “Sea el primero en informarse” es otro similar. La situación parece paradójica: mientras que, de hecho, la desinformación es el dato básico, el hecho irreductible del campo en cuestión, quienes participan de él anuncian o prometen -según sea el lugar que ocupen en él- su eliminación.

Podría creerse, al contrario, que se trata de algo completamente comprensible y evidente: dada la inicial incertidumbre, la información se convierte por eso mismo en un bien más preciado. Así, por ejemplo, un inversor consideraría tanto más valiosa la información cuanto, pese a su escacés, es el medio más eficaz para la reducción de los riesgos que asume. Sin embargo, la mera experiencia es suficiente para ver que este postulado, muchas veces sostenido por los actores involucrados en el campo, no pasa de ser un postulado. Es muy evidente cuando surge una «noticia», esa curiosa entidad cuya singular función es, en primer lugar, mantener entretenida a la sociedad, y en segundo, conformar un episodio en las diferentes pujas que tienen lugar dentro de la misma. Cuando una nueva noticia sale a la luz, medios opositores y oficialistas salen a ofrecer lecturas, interpretaciones y diversos sesgos para ratificar lo que vienen diciendo desde el principio de la era. Puede ocurrir que en el interior de una era algún medio modifique sus postulados básicos, sus simpatías y antipatías políticas. Ejemplo de ello es el caso de Clarín quien, a principio de la era marcada por Kirchner sus contenidos manifestaban simpatía por él y, al momento de su muerte, la más completa antipatía. Es singular y llamativo ese viraje, y probablemente se encuentre complementado por una actitud similar de su correlato: el kirchnerismo. Pero de todas formas no queremos dedicar este post a tal asunto, por lo que retomamos el argumento.

Sea como fuere, en el corto plazo (pues sin duda el viraje mencionado corresponde al mediano plazo) los diarios no hacen más que repetir las mismas opiniones y las noticias no son sino una escusa para eso. Aprovecho para decir, previniendo interpretaciones compulsivas infundadas, que mi comentario se extiende no sólo a la prensa opositora sino también a la oficialista, y también a los blogs, como es evidente.

Pero entonces ¿qué función tiene la noticia? ¿Por qué no prescindir de ella y centrar toda la discusión en el plano teórico donde de hecho se encuentra realmente? Si ya sabemos que frente a una noticia, quienes tienen por función difundirla se limitaran a intentar producir la interpretación de la misma por parte de su auditorio de manera tal que sea motivo de sacar las mismas conclusiones que ya se habían sacado de las noticias previas ¿cual es su necesidad?

La primera respuesta que uno encuentra al plantear esto en alguna conversación es simple: la noticia pondría a prueba la idea preconcebida. Se supone que la sociedad en su conjunto, o más precisamente el campo de la política y la economía según los medios masivos actuarían como se espera que actúe un científico: se tienen hipótesis, pero se las pone a prueba en la experiencia. Esta descripción es opuesta a la ofrecida arriba, según la cual más que al pensamiento científico se asemeja mucho más al pensamiento paranoico: cualquier experiencia es una prueba del postulado de base. Claro que con una diferencia fundamental: el paranoico está sólo con su razonamiento, el político, el periodista, el economista, etc., no lo están, tienen sus simpatizantes, su audiencia. Pero entonces necesitamos un procedimiento para determinar cual de las dos alternativas es verdadera y cual falsa. Dicho de otra manera ¿La sociedad actual, considerada desde los actores más relevantes de la escena de la cultura de masas, aprende de la experiencia, o sólo reproduce incesantemente los mismos postulados básicos?

Pero hete aquí que debemos anteponer otra cuestión. En efecto: sucede que los postulados en cuestión son diversos y conforman una dinámica heterogénea en la cual algunos se contraponen con otros. Así, por ejemplo, los postulados de Pagina/12 se contraponene a los de La Nación y éstos, en determinada coyuntura, confluyen con los de Clarín, por ejemplo, o los de El Cronista o Diario Popular. Esto da lugar a algo cuya imagen sería lo más semejante a cómo podríamos imaginarnos un juicio sin juez: cada una de las partes se da por descontado que selecciona el material para probar ya sea la inocencia o culpabilidad del imputado. Pero esta comparación nos ofrece también una manera de concebir el problema que habíamos planteado arriba sin responder: la noticia sería el correspondiente al elemento de prueba.

¿Podemos conformarnos con esa comparación? Pareciera que, si consideramos el asunto desde este ángulo, tenemos que dividir las noticias en diversos tipos. En realidad, la noticia en sí no es más que un signo cuyo referente es un hecho, pero cuyo sentido es de lo más ambiguo y sujeto a usos retóricos. Así, la división en cuestión debería encontrarse en los hechos. De este modo, encontramos en el conjunto de los hechos, un tipo particular que se diferencia del resto por ser capaces de producir cambios significativos. Así, por ejemplo, la renuncia de De la Rúa, el triunfo del kirchnerismo en la interna peronista en el 2005, etc. Y lo que vemos es que además de una cantidad de hechos más o menos irrelevantes, o incluso cotidianos, existe una categoría de hechos sólo potencialmente determinantes, pero no necesariemente. Tal es el caso de la rebelíon campestre. Ese hecho podría haber determinado la interrupción del mandato presidencial. Y resulta que es en ese margen que actúan tanto los políticos como los periodistas como los economistas que analizan la coyuntura (y antiguamente los militares que intervenían contradiciendo el orden constitucional).

Así “el hecho” queda inserto en una trama causal de naturaleza compleja. No se trata, como en las ciencias físicas, que un hecho determina al sucesivo. Un hecho entra en la trama causal o de sucesión temporal a partir de su naturaleza simbólica, es decir, en tanto noticia. Pero la noticia no es el hecho. En primer lugar, porque es el hecho más el sesgo de quien la relata, emite o anuncia. Y de ese modo se introducen los deseos y los anhelos de los actores intervinientes.

Todo puede parecer de la trivialidad más absoluta, pero una de las consecuencias que habría de seguir de esto es que la economía, por ejemplo, es una ciencia subordinada a la semiótica, lo cual es de una relevancia mayor habida cuenta de que los economistas mediáticos parecen desconocerlo en su mayoría.

Así que ahora retomamos el tema de la incertidumbre, elemento esencial e irreductible de la política la economía y el periodismo. ¿Cómo reaccionan frente a la incertidumbre los principales actores de campo en cuestión? Pues bien, como dijimos, hacen como si no existiera. Pero ahora debemos preguntar ¿de dónde proviene la incertidumbre?

La primer respuesta, la que nadie desconocerá, es que la incertidumbre proviene de la ignorancia. Mientras mayor conocimiento tenga de una materia, mayor será en ella mi incertidumbre, y está claro que esto cuenta en el asunto. Pero el problema proviene de que se crea que la ignorancia es la única fuente de incertidumbre.

Nuevamente, resulta sorprendente la extensión y la fuerza de la creencia en que la única fuente de incertidumbre proviene de la ignorancia, y a partir de aquí puede verse parte de la fuerza asimismo de consignas tales como las que reivindican la educación, ya sea en el campo popular bajo la forma de “pública y gratuita” como en el elitista, que ve en la “clase educada” la única capaz de gobernar y la encargada de educar a la restante (lo cual, es obvio, genera el problema previo de saber cuál es la educación). De hecho, la incertidumbre en cuestión tiene una fuente mucho más fundamental que está ligada a una peculiaridad del lenguaje. ¿Qué quiere decir esto? Pues simplemente que la relación simbólica que se produce entre el evento que sea y el símbolo que lo denota no es biunívoca, como en un lenguaje perfecto. Esa imperfección del lenguaje (que, obviamente, no se trata de algo que especifique las lenguas latinas, o cuya incidencia sea menos graves en las sajonas, pese a las apariencias) se traslada como incertidumbre. Pero por el momento debemos posponer la prolongación del post para un momento en que dispongamos de más tiempo, así que lo publico así como está.

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"siempre junto a la urbe"